miércoles, 13 de marzo de 2013

FANMADE SPOILERS de los Juegos del Hambre



Me acerco a la esquina y miro atentamente la cómoda. Estiro la mano hacia el primer cajón para alcanzar mis medicinas, sin embargo no puedo, mi mano va sola hasta el segundo cajón y al instante siguiente me encuentro observando el libro. Aquel libro… siempre me acordaré de él, de la historia que esconde detrás de sus hojas. Lo cojo y me siento en el borde de mi cama, el libro reposa cerrado sobre mis rodillas, otra vez, como tantas otras veces desde lo ocurrido. Le paso la mano a las tapas de ese color verde intenso, justo del color de sus ojos. Él. Enseguida me encuentro abriendo el libro y recorriendo cada línea que esta escrita en el con los ojos, sintiendo el papel, ondulado por las olas del mar, con las manos, y notando los pequeños granos de arena caer en mis piernas. El color de la arena en mis muslos, es tan dorada, te devuelve el reflejo del sol que entra por la ventana. Justo como su piel era, tan bronceada de estar trabajando en el mar. Voy pasando las hojas y con cada párrafo rememoro el instante en que lo leímos juntos, todo es tan claro, tan real, que da la sensación de como si nada hubiera ocurrido desde ese instante que estuvimos juntos. Los primeros Juegos nunca ocurrieron, El Vasallaje de los 25 no se celebró y tampoco lo hizo la guerra por el control del Capitolio… volviendo a la realidad con el sonido del llanto de un bebé me doy cuenta de que tengo las mejillas húmedas de un lloro silencioso. Cierro el libro y lo guardo en su cajón, donde ha de estar, y me seco las lagrimas, he de ser fuerte, por Finnick, por él y por su hijo que ahora llora en la habitación de al lado. Él hubiera querido que yo fuera fuerte. Y lo sería.
Salgo de la sala cerrando la puerta tras mí y me acerco  a mi hijo. Llorando en la cuna. Aun así sus ojos verde intenso, justo como los de su padre.

Annie.-  los Juegos del Hambre



                                  

ELEGÍA DEL NIÑO MARISCADOR
Él se sabía un camino
que le enseñó una sirena;
caminito de la arena
hacia un jardín submarino.
¡Qué bien que se lo callaba!
¡Y qué bien que se sabía
el camino que llevaba
sus pasos donde él quería!
Desnudo de pierna y pie,
en la paz de una alborada
por su camino se fue:
se fue diciendo cantares
con su esportilla dorada,
igual que un dios de los mares,
desnudo de pierna y pie.
La playa guardó su huella,
y, desde la aurora aquella,
los anchos mares sonoros
aprendieron las tonadas
que él solía pregonar:
-¡Los buenos cangrejos moros
y las bocas mariscadas
anoche en la bajamar!
Y aun la marea que viene,
sube que sube, detiene
su empuje verde y sonoro
para no borrar la huella
de su pie, que es una estrella
sobre la arena de oro.
Igual que pasa una vela
llena de sol sobre el mar,
pasó dejando una estela
de gracia y luz al pasar:
un aire de su cantar,
una huella de su pie,
un dejo de su cariño
y esta leyenda del niño
mariscador que se fue...
JOSÉ MARÍA PEMÁN.


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