Me acerco a la esquina y miro atentamente la cómoda. Estiro
la mano hacia el primer cajón para alcanzar mis medicinas, sin embargo no
puedo, mi mano va sola hasta el segundo cajón y al instante siguiente me
encuentro observando el libro. Aquel libro… siempre me acordaré de él, de la
historia que esconde detrás de sus hojas. Lo cojo y me siento en el borde de mi
cama, el libro reposa cerrado sobre mis rodillas, otra vez, como tantas otras
veces desde lo ocurrido. Le paso la mano a las tapas de ese color verde
intenso, justo del color de sus ojos. Él. Enseguida me encuentro abriendo el
libro y recorriendo cada línea que esta escrita en el con los ojos, sintiendo
el papel, ondulado por las olas del mar, con las manos, y notando los pequeños
granos de arena caer en mis piernas. El color de la arena en mis muslos, es tan
dorada, te devuelve el reflejo del sol que entra por la ventana. Justo como su
piel era, tan bronceada de estar trabajando en el mar. Voy pasando las hojas y
con cada párrafo rememoro el instante en que lo leímos juntos, todo es tan
claro, tan real, que da la sensación de como si nada hubiera ocurrido desde ese
instante que estuvimos juntos. Los primeros Juegos nunca ocurrieron, El
Vasallaje de los 25 no se celebró y tampoco lo hizo la guerra por el control
del Capitolio… volviendo a la realidad con el sonido del llanto de un bebé me
doy cuenta de que tengo las mejillas húmedas de un lloro silencioso. Cierro el
libro y lo guardo en su cajón, donde ha de estar, y me seco las lagrimas, he de
ser fuerte, por Finnick, por él y por su hijo que ahora llora en la habitación
de al lado. Él hubiera querido que yo fuera fuerte. Y lo sería.
Salgo de la sala cerrando la puerta tras mí y me acerco a mi hijo. Llorando en la cuna. Aun así sus
ojos verde intenso, justo como los de su padre.
Annie.- los Juegos
del Hambre
ELEGÍA DEL NIÑO MARISCADOR
Él se sabía un camino
que le enseñó una sirena;
caminito de la arena
hacia un jardín submarino.
que le enseñó una sirena;
caminito de la arena
hacia un jardín submarino.
¡Qué bien que se lo callaba!
¡Y qué bien que se sabía
el camino que llevaba
sus pasos donde él quería!
¡Y qué bien que se sabía
el camino que llevaba
sus pasos donde él quería!
Desnudo de pierna y pie,
en la paz de una alborada
por su camino se fue:
se fue diciendo cantares
con su esportilla dorada,
igual que un dios de los mares,
desnudo de pierna y pie.
en la paz de una alborada
por su camino se fue:
se fue diciendo cantares
con su esportilla dorada,
igual que un dios de los mares,
desnudo de pierna y pie.
La playa guardó su huella,
y, desde la aurora aquella,
los anchos mares sonoros
aprendieron las tonadas
que él solía pregonar:
y, desde la aurora aquella,
los anchos mares sonoros
aprendieron las tonadas
que él solía pregonar:
-¡Los buenos cangrejos moros
y las bocas mariscadas
anoche en la bajamar!
y las bocas mariscadas
anoche en la bajamar!
Y aun la marea que viene,
sube que sube, detiene
su empuje verde y sonoro
para no borrar la huella
de su pie, que es una estrella
sobre la arena de oro.
sube que sube, detiene
su empuje verde y sonoro
para no borrar la huella
de su pie, que es una estrella
sobre la arena de oro.
Igual que pasa una vela
llena de sol sobre el mar,
pasó dejando una estela
de gracia y luz al pasar:
un aire de su cantar,
una huella de su pie,
un dejo de su cariño
y esta leyenda del niño
mariscador que se fue...
llena de sol sobre el mar,
pasó dejando una estela
de gracia y luz al pasar:
un aire de su cantar,
una huella de su pie,
un dejo de su cariño
y esta leyenda del niño
mariscador que se fue...
JOSÉ MARÍA PEMÁN.
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